22 de julio de 2015

Un ejercicio de aceptación o reconociendo a nuestras estrellas

No hay trabajo más profundo de aceptación que el referente a la pérdida de un ser amado. Y es que vivir supone, necesariamente, morir. El ciclo natural de toda vida conlleva la muerte, nos hayan preparado mejor o peor para transitar una pérdida, habrá un momento en el que nos toque vivirla, llorarla y aceptarla. 

Tengo la gran fortuna de estar rodeada de muchas estrellas que brillan y que me iluminan en su tránsito terrenal y que lo seguirán haciendo también, cuando hayan partido hacia su viaje final, cuando se transformen en estrellas brillantes y poderosas en un cielo observante y cercano. 

De hecho, hay algunas de ellas que ya han partido y que, si bien, el dolor aún sigue presente en mi corazón, el camino hacia la aceptación de estas pérdidas me ha regalado un "abono" poderoso y casi sobrenatural. 

Mi primera estrella en trasmutar de terrenal a etérea (por llamarla de alguna manera), fue mi abuela materna, Socorro. En vida me enseño que con una sonrisa todo se aligera, que querer es bonito y te regala muchos momentos que atesorar en forma de recuerdos emotivos. Que puedes ser fuerte y equivocarte y seguir adelante, luchando, amando, soñando. Hace más de 20 años que se fue y aún la huelo, la siento y la recuerdo riendo y haciendo pequeñas e inocentes trampas que la divertían.  

Mi segunda estrella se marcho hace dos años y aún estoy en proceso de aceptar su marcha. Me costó mucho dejarla ir y quizás aún no la he dejado marchar del todo. Fue mi compañero, mi pareja durante 10 años y su muerte llegó mucho tiempo antes del que le tocaba. Repentina, inesperada, inimaginable, inexplicable, se marchó dejando una estela de unicidad, amor por la vida y generosidad que inunda el aire que respiro yo... y muchas más personas. Me enseñó que los retos se cogen por "los cuernos" y se miran a los ojos y que aprendes sobre la marcha en muchas, muchísimas ocasiones. Me enseñó que la confianza la regalas si de verdad crees en ella y que cualquier persona que se cruza en tu camino puede ser tu hermano o tu hermana, cuando eres generosa/o y la aceptas de manera incondicional. Me enseñó que los pequeños placeres de la vida son el mejor condimento para atraer momentos de felicidad a tu día y llenarlo de ellos. Me enseñó tantas cosas más que no pararía de escribir en todo el día, en toda la vida.  

Hace unos días, otra de mis estrellas ha partido irremediablemente. También antes del tiempo que, todas las personas que la queremos, hubiésemos querido. Una estrella que me ha enseñado la belleza del pragmatismo y del positivismo. Me ha enseñado el brillo de las palabras y del compartir momentos de inspiración sin esperar nada a cambio, más que vivir el momento. Me enseña que la bondad es mucho más poderosa que el egoísmo y que respirar aleja el peso de lo que no quieres mantener en tu vida. Me enseña la grandiosidad y sencillez del respeto y la entrega. Una estrella generosa y llena de amor. 


No es fácil escribir sobre esto, sobre esta aceptación y sin embargo el cuerpo y el alma me lo piden. No es fácil entender desde fuera de mi, lo que supone verdaderamente entender el ciclo vital por el que transitamos, por eso me meto en mis entrañas y encuentro respuestas que quizás a ti te inspiren o te den cierta paz. No es fácil dejar marchar a las personas  a las que amamos y sin embargo es irremediable. No es fácil creer en la aceptación en ciertos momentos y sin embrago, llega. 

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